El tío Herva, leyenda viva verata.

Autor Yolanda Villaluenga
Servando García Jara durante la entrevista

Si vas a Villanueva de la Vera y preguntas quién es el tío Herva, es probable que alguien te cuente que es un sabio, un personaje de leyenda, el decano de los cabreros a quien basta mirar a los ojos de una cabra para saber si ha comido o a qué piara pertenece. Es probable que también te hable de su empeño por mantener vivas las tradiciones de los cabreros y cuestionar la cría de cabras estabuladas porque libres, limpian el monte y ayudan a evitar los incendios. El tío Herva, pueden decirte, posee una inteligencia brillante que le permitió aprender a leer solo. Como aprendió a leer los peligros y la dulzura de la sierra o las luces y sombras que, en distintas proporciones, proyectan los seres humanos. Al menos, es lo que me contó José Antonio Rodríguez. Exalcalde de Villanueva y expresidente de la Mancomunidad que ahora está al mando del restaurante La Casa del Pozo, José Antonio está recopilando los conocimientos y la filosofía de este cabrero legendario.

Servando de jóven y apuesto cabrero

Servando García Jara tiene 85 años pero su presencia sorprende: grande, derecho, alegre. Es él quien me pregunta: “bueno, ¿qué quieres que te cuente?”. 

Sentados en un banco de madera, con la espalda apoyada en la pared de su casa, Servando empieza a hablar de un cabrerillo de la sierra de Gredos cuyos padres y abuelos también fueron cabreros. Conecto la grabadora y esto es lo que dice:

“Con siete años, los padres del cabrerillo le dieron una manta gruesa para abrigarse y como era colorá, podían distinguirle de las cabras cuando se iba al monte. Todo el día pisando nieve, arrecío de frío, pero el cabrerillo nunca dejaba las cabras, temeroso de que las atacara el lobo. Por la noche, volvía a dormir a la choza con sus padres y hermanos. Todos juntos, todos ayudándonos. Y, a la mañana siguiente, otra vez al monte. Otra vez los pies hinchados por los sabañones, por el frío. Al cabrerillo no le entraban los zapatos, pero era valiente y sabía que en su familia chicos y grandes debían trabajar para mantenerse juntos, para alimentarse, así que, el cabrerillo se despierta, se echa los zapatos al hombro y camina hasta que los pies se deshinchan. El cabrerillo crece en la chorrera del Aliso y es feliz. Está libre, con sus cabras, hace queso, lo vende en el pueblo y vuelve a la choza con comida para los suyos. El cabrerillo se hace grande y precisa de una mujer y la encuentra en la sierra de Candeleda: buena moza, lista y hermosa. También, de familia de cabreros. Sabe de la dureza de esta vida y es una buena compañera.  Tienen tres hijos, pero en esa chorrera del Aliso echan caza mayor y el cabrerillo, su mujer y sus hijos, se tiene que ir con sus cabras a las llanuras del Tiétar. Allí, le pagan la leche tarde o nunca y ya no le dejan hacer sus quesos por las nuevas normativas. El cabrerillo se pone a plantar tabaco, a hacer artesanía, pero con eso no consigue mantener la casa y ya solo quiere jubilarse, bajarse al pueblo y descansar. Y cuando parece que por fin puede empezar esa otra vida, la mujer se pone enferma y termina en una silla de ruedas”.

Servando García Jara con la vestimenta de cabrero tradicional

Le pregunto por qué habla del cabrerillo como si fuera otra persona y me dice que lo ha contado tantas veces que es como si fuera otro. “Pero el cabrerillo soy yo. Todo eso me ha pasado a mí”.  

Choza de cabrero reconstruida por Servando

Y seguro que a él le ha pasado todo eso y mucho más que no cuenta en esa versión reducida de su vida. No se detiene en cómo la escasez de pastos hace inviable la profesión de cabrero que es una filosofía y una forma de vida; en su desprotección ante la Administración, a pesar de sus derechos históricos; en la colaboración en cuerpo y alma, a cuatro manos, que establecen con sus mujeres o en cómo configura el carácter la soledad y los espacios abiertos. Un carácter que, en el caso de Servando es tan abierto como cerrado.

Me enseña el interior de una choza que está en su propiedad. Una choza como aquella en la que vivía con sus padres y hermanos. Es un único espacio, circular. Una diminuta representación del planeta Tierra donde todos vivimos en simbiosis y lo que uno hace, afecta, inevitablemente a los demás.

Artesanía realizada por Servando García Jara