
La gran diferencia entre las aves estivales y las aves invernantes es la regularidad de aquellas y la irregularidad de estas. Las estivales, las aves que crían con nosotros, llegan siempre más o menos a su hora, en más o menos el mismo número cada año, cumplen con nosotros sus tareas reproductoras y se van, también en fechas bastante predecibles.
Las invernantes, en cambio, son una lotería. Casi siempre llegan algunas, a veces muchas y algunos años ninguna, y no pasa nada. Si no llegara una estival como el ruiseñor o la oropéndola sería la hecatombe.
Las invernantes, sin esta atadura de la reproducción, vuelan más a sus anchas, buscando según factores variables (sobre todo comida), el sitio donde más les convenga quedarse en cada momento. De hecho, nosotros los ornitólogos tenemos la mala costumbre de decir que un año en el que llegan muchos individuos de una especie particular es un “buen año”, cuando de verdad es más bien un “mal año” para ellas porque han tenido que viajar más al sur para encontrar su sustento.

Son seis nuestras principales paseriformes invernantes. Tres fringílidos: camachuelo, lúgano y pinzón real, y tres zorzales, el común, el alirrojo y el real. El camachuelo es un robusto fringílido de pico grueso, con precioso pecho de rojo vivo (el macho) y capucha negrísimo. Es una de las aves que menos lustrosidad pierde en el verano. Su reclamo es un suave piuuu con entonación hacia abajo. El lúgano, en cambio, es un fringílido esbelto y ágil, de tonos verdes y amarillos, que cuelga acrobáticamente de las piñas de los alisos a lo largo de los riachuelos como Gualtaminos. El pinzón real es más de campo abierto; suele juntarse con otros fringílidos y gorriones en grandes bandos, espigando los campos de cultivos. Se anuncia por su obispillo llamativo muy blanco al volar.
Anecdóticamente, alguno que otro zorzal común ya cría en la Vera desde hace pocos años, pero son mucho más comunes, hasta abundantes, en el invierno. Incluso se animan a cantar sotto voce los días soleados según se acerca la primavera. El zorzal alirrojo, que baja desde las mismas zonas subárticas que el pinzón real, es un poco más pequeño y oscuro que el común con un listado prominente encima del ojo. El nombre despista: no esperes ver un ala completamente roja sino una mancha rojiza en la axila que apenas se ve con el ala cerrada. Su reclamo es un silbato muy fino y agudo, tseeeeep, que se puede oír muchas veces por la noche en sus peregrinaciones nocturnas.


El zorzal real es el más grande y apuesto de nuestros zorzales invernantes, con cabeza grisácea y pecho anaranjado. Su reclamo es curioso: como una bola de snooker al caer en la tronera y chocar contra las otras bolas ya embocadas: tcha-chack, tcha-tcha-chack.
Estas, pues, son las aves irregulares que, según el invierno, nos pueden mantener entretenidos hasta que fichen las primeras regulares en la ansiada primavera.