Es uno de los espectáculos de luz y sonido más sobrecogedores de España e incluso de Europa. Está aquí al lado.»
Durante el verano el magnífico concierto pajaril de la Vera se ha ido descomponiendo. Uno por uno los protagonistas se han ido callando: los ruiseñores y mirlos en junio; las oropéndolas unas semanas más tarde; las currucas capirotadas, aunque a rendimiento menor, aguantan hasta medio julio. Con agosto llega el silencio algo hastiado del verano. En septiembre los petirrojos empiezan su canto melancólico del otoño, sobre todo al amanecer y con algunos goteos esporádicos durante el día. En días soleados de septiembre y octubre las totovías pueden regalarnos algún que otro recuerdo de su cromatismo aéreo. Desde la copa de un enebro un escribano soteño puede soltar su matraca simple. De vez en cuando, escondido en la maleza, amaga un chochín pero se cala nada más empezar como un viejo deportivo, en su día tronante, que ya apenas arranca. Es un tapiz raído de sonidos que resulta insulso comparado con la jerigonza desenfrenada de la primavera. Llegado noviembre, el silencio reina.
Luego, como una fanfarria de los instrumentos de metal después de un episodio pianísimo en una sinfonía de Mahler, llega el gran trompetista del norte. Grullas.
Las dehesas al sur de Villanueva se llenan de grullas. Son tres veces grandes: de estatura, de bandadas y de voces. Tienen un repertorio fascinante de trompeteos, graznidos y trinos guturales que lucen a tutiplén mientras merodean en grupos durante el día en busca de bellotas, raíces y otras delicadezas para comer dentro de su dieta omnívora. Pero lo más impresionante de todo es cuando, cada noche desde octubre hasta febrero, entran por miles en su dormidero del embalse de Rosarito. Al atardecer, línea tras ondulada línea aparecen sobre la sierra de Villuercas al sur. Se acercan, ahora ocupando todo el horizonte.
La cacofonía de sus reclamos disonantes sube en nivel hasta que, ya ensordecedor, pasan por encima de ti para entrar por fin en el dormidero contra el telón de fondo del macizo de Gredos cogiendo los últimos rayos del sol en sus picos más altos. Ya están apareciendo más líneas en el horizonte y todo el proceso se repite una y otra vez. Es uno de los espectáculos de luz y sonido más sobrecogedores de España e incluso de Europa. Está aquí al lado. ¿De verdad os lo vais a perder?