El actor y director de teatro, televisión y cine Israel Elejalde (Madrid, 1973) es vecino de Villanueva de la Vera desde octubre de 2020. El encuentro con la naturaleza y el ritmo rural llega en un momento de grandes cambios en su vida tras el cierre del Teatro Pavón Kamikaze de Madrid en enero de este año, que co-dirigió junto a Miguel del Arco desde 2016.
Con obras a sus espaldas como La Resistencia, dirigida para el Teatro Canal en 2019 y cuyo título se convirtió en nombre de su finca en La Vera, La función por hacer, Misántropo, La clausura del Amor o Hamlet sobre los escenarios y Cuéntame lo que pasó, Águila Roja, Amar en tiempos revueltos, Magical Girl o Veneno frente a la cámara, el nominado al Goya a mejor actor revelación en 2015 estrena el 8 de octubre en los cines españoles la última película de Almodóvar, Madres paralelas, que inauguraró el Festival de Cine de Venecia el próximo 1 de septiembre.
¿Siempre quisiste ser actor? ¿Recuerdas el primer contacto que tuviste con el teatro?
Yo quería ser político, de hecho estudié Ciencias Políticas. Mi padre había sido sindicalista y militaba en el Partido Comunista, yo había crecido en el Comité Central. Recuerdo mucho esas imágenes mías de cuando tenía tres años y mi padre me llevaba a las reuniones. Empecé a actuar en el instituto y en tercero de Ciencias Políticas un amigo me dijo que estaban haciendo un curso. Me apunté, tenía unos 20 años, y cuando acabé ese curso dije que igual quería ser actor en vez de político.
¿Qué hizo que quisieras quedarte?
Es difícil definir eso. Supongo que es esta cuestión del constante cambio de poder imaginar otras vidas, contar cosas… De esa incertidumbre brutal y esa pelea por intentar descubrir quién eres a través de intentar ser otros. Hay algo de eso que provoca un pánico brutal pero que a la vez te seduce. A partir de esa pasión se va enganchando la profesión hasta que llega un momento en el que no sabes hacer otra cosa. Porque la profesión te inutiliza absolutamente para la vida, te convierte en un observador, una persona reflexiva que está constantemente analizando qué ocurre, por qué somos, cómo nos comportamos. Eso te va apartando de cosas reales y te acabas convirtiendo en una especie de analista de la realidad. Tu trabajo es la vida y la realidad, con lo cual necesitas analizarla completamente.
En 2016 llegaste a la dirección del Teatro Pavón. ¿De qué te sientes más orgulloso en esos casi cinco años de trabajo?
Ha sido un enorme viaje vital. Lo que más me enorgullece es la libertad creativa y la oportunidad de otorgar esa libertad a otros artistas. Era una casa donde lo más bonito era darles a otros la posibilidad de poder hacer cosas, de invitarles a ello. Miguel lo decía mucho: hay que ser buenos anfitriones. Tienes tu casa y lo que te gusta de ella es cómo la habitan otros, no tanto tú mismo.
Has hecho relevo de la dirección del teatro con la película de Almodóvar. ¿Qué es lo que más ilusión te hizo de poder formar parte del proyecto?
Ahí la vida me trató bien, la verdad. Se cerró una puerta y se abrió una ventana. Me hicieron ilusión tantas cosas… Fíjate que hay siempre una broma en la profesión que es que, cuando te llaman para algo, dices “no te preocupes, lo voy a hacer seguro… A menos que me llame Almodóvar”. Y de pronto un día te llama Almodóvar. Ha sido muy bonito, la verdad, porque me he entendido muy bien con él, la película me gustaba mucho y ha sido una experiencia maravillosa. De las mejores de mi vida.
¿Nos puedes contar alguna anécdota del rodaje?
Aunque haya hecho cine, no es lo que más he hecho. Vengo del mundo del teatro. Y, sin embargo, ha sido todo muy natural. Con Penélope me he entendido también muy bien. Lo más extraño es que Pedro tiene una forma de dirigir en la que te habla y te va diciendo lo que piensa tu personaje. Eso es bastante curioso hasta que te adaptas. Estás actuando y él te va contando lo que estás pensando para que reacciones. Penélope lo clava. La primera vez que me lo hizo fue bastante desconcertante, pero ya me fui acostumbrando y estaba entrenado. La verdad es que es maravilloso. Pedro es muy divertido.
Y en medio de todo esto, te has comprado una casa en La Vera.
Nunca pensé que acabaría en el campo, campo. Me la compré por el confinamiento, me enamoré de esa casa que, además, está en el bosque. Cuando la vi me pregunté por qué quería una casa ahí y recordé que de pequeño, con mis padres, iba siempre a un camping también en un bosque muy frondoso. En el campo hay una cosa maravillosa que enlaza con lo que he dicho antes de que al final los actores no sabemos hacer de nada, y es que el campo te obliga a hacer cosas y a aprender a hacer cosas que te anclan a la tierra. Me he hecho el huerto, he arreglado la casa, me peleo con la fauna…
¿De qué conocías la zona de La Vera?
La conocía porque mi socio, Miguel, tiene una casa en Madrigal. Cuando lo vi fue una especie de susto y de enamoramiento a la vez. Mis amigos me preguntaban si en serio me iba a comprar una casa en un bosque y les dije que sí. Es puro bosque, y para las personas de Madrid encontrarse con eso puede ser bastante chocante, especialmente con los bichos. Por suerte aún no he visto culebras, que tengo fobia.
Ahora que has pasado ahí más tiempo, ¿qué es lo que más te ha sorprendido descubrir de la zona?
Los bichos son también una pelea contigo mismo para cambiar de mentalidad. El campo tiene eso del ritmo, te cambia todo y es lo que me ha enamorado. Estoy flipando con cosas tan simples como los árboles, con todos los diferentes tipos. Cómo va cambiando la fisionomía del paisaje: he estado un año y es absolutamente flipante. La finca y toda la zona cuando la compré no tiene nada que ver con lo que es ahora: de fauna, de colores… Es tremendo cómo se va transformando. Creo que es la primera vez que me enamoro de un lugar. Tengo mis peleas, como en todas las relaciones. Pero las vistas, las pozas y todo lo que te ofrece el sitio es una pasada.
¿Qué reputación sientes que tiene la zona de La Vera en el resto de España?
Uno tiene la impresión de que Cáceres es como una especie de secarral sin nada. Y de pronto te encuentras con una zona que es como Galicia a nivel de verde y agua. No conozco demasiado aún la zona, aunque tiene de todo hasta históricamente: Jarandilla, Cuacos de Yuste, la zona de recreo de Carlos V. Es una zona realmente impactante y creo que cada vez va a ir a más. Imagino que en algún momento van a tener que declarar la zona Reserva de la Biosfera para poder protegerla. Con el confinamiento se ha visto, cada vez hay más gente deseosa de venirse aquí.
¿Hay algo de la zona que eches en falta o que te gustaría ver desarrollarse?
Siento que falta una conexión y conocer qué hay alrededor. Yo mismo tiendo a encerrarme en mi finca cuando voy, aunque es verdad que voy en estancias cortas y que es una época rara. A la vez me gusta que sea una zona en la que sientes que hay de todo pero que tienes que buscarlo. Sabes que hay buenos restaurantes, cursos o actividades de todo tipo. No me gustaría que creciera mucho más hacia un lugar más turístico.
¿Cuáles son tus lugares favoritos de la zona?
Para comer me gusta mucho Llano Tineo. Tengo ganas de conocer más sitios. Hay artesanos buenísimos que hacen cosas muy interesantes. De las pozas, mis favoritas son Las Señoritas y la de la junta, aunque allí aún no me he bañado. Quiero conocer el de la zona de Madrigal. Si bajas por las mañanas estás solo además. Tengo ganas también de hacer el descenso del cañón y piragüismo en el Rosarito.